Y
de pronto entre la luz que envolvía nuestros cuerpos, que iluminaba nuestro
dulce amor; apareció una sombra fría del ayer, nos golpeo el corazón con la
fuerza del viento atacando a las montañas en una helada mañana, sacudió mi alma
casi destrozando por completo mi felicidad al escuchar su sonar en mi mente y
mis oídos.
¡Maldita lexía infame! ¿Eres tú
quien hiere nuestro amor o será que no existió jamás tal idilio? ¿Explícame la
finalidad de este amargo dolor? ¡Estúpida mentira! Te creí verdad, te creí las
mil promesas, te creí una fantasía hecha realidad. Creí de tus bordes cada “Te
amo” que no fueron más que palabrerías vacías de tu cruel actuación.
¿Por qué digo esto? – Preguntas tú,
engañoso espíritu de siniestro amor – No es ya, prueba suficiente haberte
hallado en brazos de tu fiel amante; degustando beso a beso el néctar de sus
comisuras mismas que una vez…fueron engañadas en mis ardientes brazos. ¿No es
prueba suficiente?
¡Vaya que cinismo amor mío! ¡Qué
tremenda idiotez la mía! Haberme ilusionado ante tal falsedad, ante tu treta.
¡Felicidades! ¡Felicidades! Eres el mejor actor del mundo, por la vida juegas
con el amor y los sentimientos de la gente. Pero ¿Qué sabes tú de ellos, si no
puedes sentirlos?
A poco desahogo, tantas horas. No
son ni las cuatro de la mañana y sigo odiándote, tras cada ofensa, cada herida,
cada blasfemia de mis labios al alma tuya. - ¡Basta ya! – dice mi razón con
gran fortaleza, mientras que en lo más hondo y oscuro de mi cripta algo grita lleno
de furia tu infiel nombre.
Quiero que los minutos de mi pequeño
reloj de mano, transcurran más rápido y con ello; poder observar tu infame
sonrisa por última vez antes de que la noche caiga como ha de caer nuestro
amor, como ha de verse tendido tu cuerpo inerte, como ha de observarse caer el
agua de una casada, como ha de correr tu oscura sangre por mis manos.
¡Jajá! Al fin terminara mi suplicio,
cuando el puñal de mi olvido se introduzca en eso que dices llamar tu corazón.
¿A caso tienes uno? Me pregunto con lágrimas en el alma. Cuando al mirarte por
la calle, no quede ningún recuerdo vago de lo que fuimos una vez, cuando las tardes
de otoño se vistan con un tinte sepia y no traigan para mi nostalgia empolvada
de olvido.
Las
notas de mi esencia reposan ya, en un eterno sonar tan tranquilo como las olas
del mar. Ya se han terminado los reproches de mi “odio” y mi “amor”, el agua en
el pozo se ha calmado, ya no existe quién tire el cubo en su interior y saqueé el agua que se encuentra dentro.