Fue una noche de frío invierno
cuando la inocencia de mi pequeña alma
al sonido de la puerta
se esfumo la alegría de mi infancia con tu entrada.
Enorme era el dolor que sentía
porque mientras lloraba
tu desgarrabas mi frágil cuerpo,
no importando el lazo que nos unía
y marcaste para siempre mi corta vida
llena de soledad y melancolía.
La sangre virgen que brotaba en mi
al resbalar mis delgadas piernas del corazón,
se convertían en un grito desesperado de auxilio,
que se fundía con los gemidos de un placer indebido
a los ojos de aquel que ahora llamas Dios.
En la madrugada de ese invierno frío
adiós dije a mi inocencia y hice un juramento
para no volver a sufrir por el hecho de vivir,
y sin embargo lo sigo haciendo...
¡Maldito!
Porque tú fuiste el culpable de este dolor agónico que se clava en alma
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